domingo, julio 15, 2018

El Secreto de los Beltrán

Parte uno: LA PROMESA



Hace muchos años sé estableció en la familia Beltrán un régimen mágico. El abuelo heredó el poder de sanar con sus manos. La abuela recibió del cielo la bendición de la fertilidad. 

Pero todo tiene un precio y ese no vino escrito para don Gabriel pero fue fácil descifrarlo en su entorno. 

En sus años más nuevos supo que tenía el don de la memoria y el poder de hacer soñar con sus palabras. En sus años maduros fortaleció para sí un mundo de respeto por lo sagrado, una devoción al rosario y una profunda dependencia a su esposa.

No podía decirse que él fuera un tipo especial, y no sé sentía así. Le gustaba el trago el tejo y el baile y se hizo respetar en los negocios. Desde joven supo que un ángel sé mantenía con él y lo que propusiera era algo que tenía que darse. 

La imaginación que lo llevo a dominar la mente de sus amigos y enemigos lo llevo de frente y a alta velocidad a ver un futuro profundo lleno de imágenes donde sus hijos entraban a mundos ajenos y dolorosos. Su angustia prematura lo llevo a demostrar que era un hombre rudo y a veces se excedió en la fuerza. 

Lo cierto es que a medida que Don Gabriel planeaba una lucha por enderezar a sus hijos y brindarles las suficientes herramientas para ese futuro inevitable, logro sin quererlo que los acontecimientos prescritos se presentaran mucho antes; vio la fuga de sus hijos indomables, los insultos, los enojo y las tristezas juveniles. 

Educaría a los nietos como no a sus hijos porque ellos a su vez se fugarían de sus padres, vería con sus ojos tristes lo que su mente le había anunciado, el día en que cada hijo mayor era abandonado y el resto maltratados y humillados buscado cambiar en ellos sus respectivos pasados. 

Pobres aquellos que negaron a sus padres porque serán negados. Se establece como una regla. Pero poco a poco un mensaje se revela a nuestros ojos: "No hay quien le dé a quien nunca ha estado con nosotros ni a quienes llegan cuando hay cosecha."

Autor Luis Fernando Urrea Beltrán

Gracias por leer y dejar su comentario.

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Cumplí los diez y ocho años en 1985 cuando conocí a una hermosa mujer negra de estatura media y con extraños pero hermosos coloridos ojos. Estando en plena efervescencia de la vida en el paso del niño a joven en que se tiene todo un futuro, pero mucho miedo a enfrentarlo. Conocí a Cristina en la cuadra, frente a una casa en una reunión de amistades organizada por mi hermano.



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