Me enseñaron de chico el respeto a las niñas, a mantener la compostura. Me instruyeron mi padres en el aseo y amor propio.
Con tanta exigencia social, en mi adolescencia le temía a las damas aunque despertarán mi curiosidad.
Logré ingresar a su espacio familiar y con persistencia, compartimos tiempo privado. Momentos románticos en el atrio de la iglesia; en el columpio del parque.
Supe de sus sueños y comprendí que seríamos nuestros confidentes. Ingresé a su entorno íntimo y disfrutamos de nuestros cuerpos como lo hacen los enamorados más ardientes.
La miro todos los días y su presencia me somete. Su cadera, su piel caliente. Es mi mujer y la veo a diario pero su presencia hasta la médula me estremece.
Hoy estoy preocupado pues busco las palabras, el correcto proceder para decirle que la amo y que la deseo. Estoy buscando las palabras menos bruscas para pedirme que se levante levemente su falda en las tardes y me deje ver sus muslos.
Entre textos de romance busco el diálogo preciso para instarle a que se compre esa ropa sugerente, que la luzca sin complejos. Además que quiero que ese gusto sea exclusivo para mí aunque los halagos le lluevan de toda clase de gente.
- Luis Fernando Urrea Beltrán
Gracias por leer y compartir.
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