Supe de ellas gracias a la televisión y el cine donde estas mujeres son mostradas como duras empresarias independientes o esclavas victimas de maltrato y abuso.
La segunda vez que supe de esa forma de trabajo fue en una despedida de soltero de un primo. Los amigos lo invitaron a un negocio nocturno donde yo también estuve. Mi primo permaneció sentado solo tomando. Cuando el dueño se percato de mi asistencia y que no consumía se me acercó y me dijo que las niñas eran sanas, me dio tanta risa que el hombre me sacó.
Hoy en día soy consciente de que existen porque las veo en la avenida cerca a mi casa que se lleno de antros con este comercio, es común que en la alta noche se pueda ver las filas de jóvenes para tomar su turno con las muchachas. Igualmente llegando al medio día las señoritas aprovechan el sol para despertar, relajarse y descansar de la dura jornada anterior.
No sé que son, ¡es cierto! Ellas y su oficio están en mi vida como los extraterrestres que solo existe en la narración que me llega por medio de testigos.
El mercado de cuerpos para el placer sexual es antiquísimo, y salvo algunos pequeños cambios promocionales, se mantiene intacto en los siglos. En cambio la pornografía es un producto descendiente del invento de la fotografía que evoluciono en el internet como videos HD. Esta industria multimillonaria que flota y es de fácil acceso en todos sus matices en la red provee con sus imágenes de sexo puro y duro el preámbulo al mercado de los servicios sexuales. Sin embargo muchas mujeres “pornostar” que gozan de fama mediática son tajantes en separar su trabajo actoral de la prostitución.
Mi primer contacto lejano fue en la universidad donde con unos compañeros hicimos investigación en una casa de citas en el barrio Chapinero de Bogotá. Carlos, quien propuso el proyecto, llevó una grabadora en encendida oculta en su ropa… (Pero esa es otra historia).
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