Es menos importante la ínfima posibilidad... frente al terror de que el mundo regido por ellos ahora esta en mis manos.
En los últimos 50 años las personas que vemos televisión fuimos inducidos a temer el fin del mundo como algo muy real gracias a las capacidades bélicas de las potencias de moda. Lo único que tenían que hacer era oprimir un botón de cualquiera de los dos lados y veríamos como se desataba una infinidad de ataques automáticos que nos encerrarían a todos en el planeta debajo de una nube negra que enfriaría el mundo hasta que nada quedara vivo.
Gracias a la compostura de los líderes de esos días ese temor viene quedando en el pasado como un referente histórico en que se establece el siglo XX como el tiempo en que el hombre tiene claro que puede auto destruirse.
Antes de la televisión, como en los campos y en las calles, la gente que no es influenciada por “History Chanel” o “Discovery Chanel” ya temía al fin del mundo como una herramienta disuasoria de Dios para que la humanidad se ajuiciara. Para los temerosos del poder divino, que intuyen que estamos en los últimos días esta claro que no hay que temer porque somos uno de los elegidos para salvarse si abandonamos nuestra vida mundana, nos alejamos del sexo, del licor y aprendemos a valorar el delicado balance de la naturaleza.
El presidente Kennedy nos demostró con su talento para resolver la crisis de los misiles de Cuba y que un hombre en los Estados Unidos tiene nuestro destino en sus manos. Al igual que los últimos estudios sobre la capa de ozono y el descubrimiento del calentamiento global nos hace entender que cada uno de nosotros estamos acabando con el mundo.
La ciencia nos muestra un milagroso planeta lleno de vida rodeado de monstruosos agujeros negros, hornos impresionantes, meteoritos erráticos y la fragilidad de la estabilidad de los continentes y las leyes climáticas que dependen de la posición de la luna que se aleja y del sol que se acerca.
Es una larga lista que opaca nuestra realidad personal; el miedo a la oscuridad es sobrecogedor cuando miramos el infinito en una noche cualquiera en que los monstruos asechan para robarnos el celular en cualquier calle. Por obvias razones no es importante que nuestro sol se extinga en unos miles de años cuando se recibe una carta de delincuentes amenazando nuestra familia. No deja de ser importante la proyección de los ecologistas que para el 2050 las ciudades no tendrán agua cuando tenemos que escoger entre hacer mercado y pagar los servicios.
Es menos importante la ínfima posibilidad de que un asteroide de tamaño descomunal nos aplaste, como con los dinosaurios, frente al terror de tener que aceptar que todas las personas mayores que nos rodean van desapareciendo una a una y que el mundo regido por ellos ahora esta en mis manos; al igual que la obligación de no solamente liderar mi vida sino demostrar a todos que no vine para ser olvidado.
Por Luis Fernando Urrea Beltrán
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Podemos referirnos al fin del mundo como el temor generalizado a la desaparición de la vida como la conocemos, el freno de golpe de todo lo que los seres humanos han hecho hasta el día de hoy.
Mi papá tomo la decisión de trasladarnos a vivir a Cartagena y desde el día que nos dijo –nos vamos- solo pasaron quince días. Nada estaba planeado solo consultó por Internet arriendos y salimos con las maletas de paseo. Mi mamá tuvo la precaución de llevar cobijas y sabanas.
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