miércoles, enero 04, 2012

CIUDAD DE LOS MIEDOS




Patricia, mi amiga paisa me decía con su hermoso acentó -“hoola”- y con el auricular en la oreja me obligaba a sentir un estrujón. 

Recuerdo esa niña de 17 años al igual que a su hermana menor pero no menos tierna y atenta conmigo esos treinta días que vivimos en una comuna de Medellín.

El Padre Orlando nos recibió en la casa cural donde también se encontraba mi tío el padre Sabas quien acostumbraba decir que la mayoría de la gente que enterraban moría allí de “plomonía” y que era un milagro que alguien llegara a una muerte natural. 

En el año 1991 las cosas en la ciudad pasaban por los momentos más difíciles, tan convulsionada era la situación que la primera semana que nos quedamos nos encontramos un muchacho muerto de un tiro en una canal. La siguiente semana nos amenizó el desayuno tres disparos, el monaguillo no mostró en la iglesia el vitral que fue roto por uno de los proyectiles y en a la búsqueda exhaustiva de fragmentos del vidrio encontramos el plomo achatado.


El monaguillo lo vio todo; un delincuente adolescente intentó amedrentar, para atracarlo, al señor de la tienda de enfrente. Éste con el cuero curtido por dos puñaladas y tres heridas de bala por atracos anteriores, no tuvo la menor duda de encañonar al muchacho que andaba con un arma sin balas y que de puro milagro pudo pegar carrera hasta el atrio de la iglesia en donde llegó el primer tiro que quedó tallado en el escalón de ladrillo.
Luego del incidente caminamos por cada uno de los rincones del escenario como turistas macabros de unos hechos históricos que gracias a Dios no pasaron a mayores, en una ciudad donde un joven como yo no podía moverse de un barrio a otro sin correr peligro.

Medellín me parece una ciudad hermosa, haciendo de lado estos incidentes, se llevaba por delante a la Bogotá desordenada y abandonada por las autoridades locales que permitieron que por años el centro de la ciudad se fuera degradando de tal forma que llegara a ser un emblema de inseguridad fomentando en muchas generaciones el temor a tener que ir por allá. El desaseo de los buses, la contaminación que tapizo por años las fachadas de los edificios de oficinas de un negro mugre como el rostro de la gente que fue organizando una ciudad dentro de la ciudad, el “cartucho” era el fortín de los desechables de los recolectores de la miseria de la ciudad.

Quince años han pasado desde la ultima vez que converse con Patricia, de pronto con la intención de volver a verla, pero no se pudo. En esos días mi mayor atractivo era ser bogotano, por hablar diferente a ellos y tener la posibilidad de conocer a los actores de la televisión nacional de los cuales me consultaron continuamente. Gracias a eso tuve conciencia de las ventajas que tengo por vivir en la capital de Colombia donde se concentra todos los poderes. Me sentí privilegiado de vivir en la ciudad de los medios y de los miedos por que es donde vivimos muchos desarraigados que no adoptamos esta ciudad como propia para hacerla respetar y que nos respeten.

Autor, Luis Fernando Urrea Beltrán.

Gracias por leer y por sus comentarios.


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1 comentario:

  1. Exelente articulo, y si me hace reflexionar y admitir que soy una de las muchas personas que no valoramos lo que tenemos y lo peor es que soñamos en vivir en grandes ciudades de otros paises diciendo que son mejores que al estar viviendo en nuestra hermosa ciudad,,definitivamente vivimos en el paraiso

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